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Revista Barrio Jalouin
10-1993
Por Norman Mailler |
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HAY ALGO de insatisfactorio en Mick Jagger. Siempre promete
más de lo que da. De los grupos de rock surgidos en estos últimos diez años, los
Rolling Stones parece ser el más siniestro. Sin embargo, después de un momento, no
resultan tan aterrorizantes. Te acostumbrarás en seguida.
Su música es terriblemente sucia.
Siempre hay mucho ruido de fondo. "¡Oh, no, Dios, no vas a quebrar este corazón de
piedra!". Detrás de esas continuas quejas, detrás de esas voces roncas o chillonas
que suenan como el chillido de las llantas de un coche en el asfalto; a través de toda
esa masturbación eléctrica de todos esos sonidos de escopetas distantes, de ese golpeteo
de tambores, hay una montaña de mierda. Porque no es cuestión de decir: "¡Voy a
matarte hijo de puta!". Fingen estas aquí para invocar a Satanás, como en Simpatía
por el diablo, pero nunca llega el verdadero terror.
Lo que pasa es que no hacen
falta muchos huevos para tener una guitarra eléctrica, un enorme sistema de
amplificación y cincuenta mil empresas multinacionales a quienes atacar, aunque ellas en
realidad están trabajando horas extras para amplificar esa música.
Por allí están todos esos
maullidos, todas esas amenazas a medida, todas esas amargas maldiciones resonando al
fondo, toda esa sensación de desorden, como si por allí anduviera una madre con los
nervios rotos buscando el cepillo para peinarse. Los mantiene unidos el ritmo, el orden
magnífico que impone la baratería.
Y con ese ritmo febril se puede
hacer cualquier cosa: se puede soñar con el alzamiento del Tercer Mundo, con la
sublevación de Africa. Se produce una sublimación... ¡es que sus dotes de actores son
soberbias! De ellos surge la sensación de una familia andrógina, algo que nadie había
conseguido. Todo eso es de primera calidad. Pero situados en ese algo nivel de actuación,
al final resultan decepcionantes. Porque dependen del volumen. A medio volumen no
consiguen nada.
Las letras de Jagger son
interminablemente repetitivas a fin de provocar una tensión que te atrape entre lo
entrañable y lo puerco de su voz. No se necesita una letra muy buena si la vas a repetir
una y otra vez.
Pero Jagger ha cantado
maravillosamente el momento en que la familia se rompe toda. El hijo quema con ácido la
cara de la madre, la madre le hunde los huevos al hijo, y en ese momento llega el primo
gordo y dice: "¿Qué pasa aquí? ¿Por qué están todos peleándose? ¿Por qué no
comemos?". Y todos se sientan a la mesa: al hijo no le quedan huevos, la madre tiene
la cara quemada, continúa la vida familiar británica. Ese clima Jagger lo ha captado
como nadie. Si Jagger hubiese sido escritor, hubiera sido de los mejores. Pero esa
maravillosa cualidad no se transparenta tanto en la letra como en el conjunto total de
sonido, en los instrumentos, en el estrépito de la banda, en todo. Y, especialmente, en
la voz inigualable de Jagger. |